Me interesa mantener una ‘oscilación’ entre lo ético y estético, entre lo trascendente y desechable, entre lo espiritual y banal, entre alta y baja cultura, entre ocio y negocio.
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A través de diversos y
exhaustivos ejercicios artesanales, de escolaridad
extrema, el artista construye a partir de una línea o estrategia de producción -basada en
gestos mínimos y elementos o materiales
de bajo valor, livianos o desechables- pulcras metáforas que apelan a la
repetición vacía, y que interpelan a su vez, la velocidad de producción, reproducción y asimilación de la imagen hoy.
Desde una mecánica corporal
(hecho a mano) el artista implementa una construcción de orden reticular,
serial, plegable o mecano, como parte de una estrategia de movilidad económica
(caballo de Troya), además de un montaje express y medidas variables en el sentido de adaptarse al espacio dado. Características que
obedecen a la geometría de la autogestión y su restringido margen de
éxito.
Estas construcciones transitan
en el límite de la noción material de obra, siempre apunto de convertirse en residuos, y
de ser entendidas como ficciones o actos
fallidos que apuntan aparentemente solo a su propio marco de inscripción y
competencia, y que en su repetitiva pulsión aparecen como meros ejercicios
precarios o artesanales, manualidades enajenantes, majaderas fijaciones, que
dejan entrever la acción y el tiempo invertido en su manufactura, delatando la
carga o levedad del ejercicio artístico, como un lúdico u otras veces
autoflagelante ejercicio obseso y/o evasivo.
La puesta en escena de estas
obras, falsean y juegan con la noción de arte como lenguaje superior o de alta
cultura. Cuestionan e interpelan con fingida displicencia algunas de las
propias atribuciones o estatutos del arte contemporáneo, en cuanto a ser
sostenidas por su propio soporte teórico. Y en cuanto a ser dirigidas por sus
estrategias, que a su vez, son predeterminadas por las “normas implícitas” de
los propios circuitos donde se inscriben, obedeciendo y aceptando a priori todo margen de acción
establecido, de modo de instalarse en lo políticamente correcto de las
políticas de exhibición y del “llamado a concurso”, y cuya evidencia utilitaria
no pasa ya por el eventual espectador o público, sino por el grado de
validación que le otorga las propias plataformas en las que se emplaza.
Desde aquí la obra queda
relegada a un posterior registro y archivo de suceso acaecido, como documento
de validez inscriptiva. El arte se convierte en utilería; la ficción de resistencia, y al mismo tiempo converger en todo reconocimiento
utilitario, la puesta en escena de la competencia, la ilusión de superioridad y
la vanidad artística individualizante, donde la exclusividad del Éxito se
sienta sin remedio en las anchas de la exclusión.
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